Cómo ser freelance y no morir en el intento. Crecimiento y cambio
Tras tres años desarrollando páginas web como freelance llega el cambio
Retomo hoy la serie de artículos que comencé hace unas semanas hablando sobre mi experiencia como freelance. Si os acordáis, nos quedamos en esos primeros años (allá por 2014) cuando comencé a desarrollar webs y aplicaciones como freelance y poco a poco el boca a boca hizo que llegaran los clientes:
https://medium.com/@ger86/como-ser-freelance-y-no-morir-en-el-intento-los-comienzos-79c7c3581652
En este artículo retomaré la historia desde ese punto y os hablaré de mi gran cambio: comenzar a trabajar en una empresa. Pero antes, todavía hay más cosas que contar de esa primera etapa.
Creciendo
Para cuando llegó 2016 la maquinaria estaba funcionando a todo tren. Había conseguido estabilizarme en 2 clientes fijos que de forma recurrente me encargaban proyectos y gracias al boca a boca iban apareciendo nuevas webs y aplicaciones. Por tanto, la famosa incertidumbre de la que os hablaba en el artículo anterior había desaparecido prácticamente y tener la certeza de que tenía trabajo “de sobra” me permitía negociar con mayor firmeza los nuevos proyectos que entraban.
No es lo mismo presentar una oferta que necesitas que salga sí o sí que estar en una posición en donde sabes que si no es una será la siguiente.
¿Me planteé en algún momento subcontratar?
Os seré sinceros. No. O no al menos como algo que en ese momento sintiera que debiera hacer. Es cierto que rechazaba al mes un par de proyectos por no poder asumirlos pero creo que en ese momento hice bien pese a estar renunciando a crecer más.
La razón es la siguiente: todos los proyectos que me llegaban eran gracias a mi reputación. Para que os hagáis una idea, tenía una web que era muy básica, sin formulario de contacto y no invertía en publicidad ni un euro. Por tanto, en ese momento subcontratar suponía poner en juego esa reputación que tanto me había costado ganar por unos cuantos miles de euros más. Y ya sabéis:
La reputación se trabaja día a día pero basta una hora para perderla
Por tanto, jugar con el riesgo de subcontratar un proyecto y exponerme a que saliera mal para mí en ese momento no era asumible. Los factores de riesgo que yo encuentro en el momento en que comienzas a subcontratar son los siguientes:
- Implicación de la persona en la que estás delegando. Tengo la opinión de que es muy difícil encontrar personas implicadas al 100% con su trabajo en las que puedas confiar plenamente sin tener que andar con “la mosca detrás de la oreja”.
- Nivel técnico. Encontrar desarrolladores con un alto nivel técnico es algo muy complicado, máxime si son proyectos de tamaño medio que requieren un perfil fullstack.
- Calidad del trabajo. Cuando eres freelance es vital tratar de conseguir un elevado porcentaje de clientes satisfechos. Romper la barrera de controlar el 100% del proceso puede provocar que la calidad del entregable disminuya y, por tanto, pierdas clientes por el camino.
- Tener un plan bien definido de trabajo. Es decir, no basta con subcontratar un proyecto y desentenderte sino que a partir de ese momento es necesario reservar algún momento del día para revisar su estado, reunirte con el desarrollador que lo está haciendo, resolver dudas… Vamos, un instrumento más para ese hombre orquesta que somos los freelance.
Primera cima y cambio
En la primavera de 2016 llegué a mi primer gran éxito como freelance. Cerré un súper proyecto que además de tener muy muy buena pinta a nivel técnico implicaba abrir puertas a un nuevo mundo de contactos y oportunidades.
Su duración fue de unos 3 meses (prácticamente hasta agosto de de ese año) y puedo decir que todo lo que dependió de mí salió perfecto. Por desgracia el resto de las partes implicadas no respondieron del mismo modo y tras el “subidón” inicial todo se fue diluyendo.
Para cuando llegó septiembre comencé a encontrarme muy desmotivado. El desarrollo del proyecto me había supuesto un esfuerzo considerable (tanto a nivel de programación pura y dura como de implicación con el cliente) y ver que al final no iba a salir supuso un revés bastante grande.
A esto se le unió un pensamiento que llevaba rondando por mi cabeza un tiempo: cambiar de aires probando la experiencia de ser nómada digital. (spoiler: no, no sucedió al final).
La soledad del freelance
En 2016 el concepto de coworking todavía estaba comenzando por lo que yo las jornadas de trabajo las pasaba principalmente desde casa. Esto, que para mí tiene en su mayoría puntos positivos también tiene su lado oscuro:
En épocas de mucha carga es fácil pasar varios días sin entablar el contacto humano necesario
Supongo que eso fue lo que sucedió en el proceso de llevar a cabo el proyectazo de la primavera de 2016. Muchísima carga de trabajo, muchas horas frente al ordenador desde casa y muy poco tiempo libre para despejarme.
Tal y como comentaba unas líneas antes, las ventajas de trabajar desde casa son innumerables: libertad de horarios, mayor concentración, mayor disponibilidad para hacer planes e incluso vivir de forma outisder (hacer la compra sin colas o ir a correos cuando está vacío).
Sin embargo hay un punto negativo: no hay nadie con quien compartir los éxitos o los problemas. ¿Cierras un proyecto? Auto palmada en el hombro. ¿Entregas un proyecto y el cliente te felicita? Auto choque de manos. ¿Algo no te sale? Frustración acumulada sin posibilidad de exteriorizarla con nadie. ¿Tienes un fallo en un proyecto? No hay nadie al lado para desahogarte.
Y esto, según el carácter de cada uno o la situación vital puede acabar quemando mucho. De hecho de mi grupo cercano no conozco a nadie que haya podido mantenerse más de unos meses trabajando desde casa sin necesitar acudir a un coworking para poder tener esa sensación de calor humano.
Por eso, si os estáis planteando pasar a ser freelance valorar este aspecto y la manera en que lidiaréis con ello.
Vuelvo a ser empleado
Justo en el momento en que me estaba planteando un giro a mi vida, una de las empresas con las que trabaja me ofreció ser su CTO. Y la verdad es que ni me lo pensé: dije que sí.
Se trataba de una empresa joven con la que llevaba dos años trabajando regularmente, con una gran proyección de vistas al futuro y que habían fundado dos conocidos míos con los que tenía una relación estupenda. ¿Qué podía salir mal?
El primer año
Del primer año allí sólo tengo recuerdos positivos. Se había formado un EQUIPAZO (sí, en mayúsculas) y las expectativas de crecimiento eran cada vez mejores. A nivel técnico desarrollábamos proyectos tanto para dentro como para fuera por lo que pude mantener el ritmo de aprendizaje que había adquirido como freelance a la vez que lo complementaba con la opinión y conocimientos de mis compañeros (los cuales son unos cracks y grandes amigos míos).
Además el ambiente dentro de la oficina era perfecto y era raro el día en que no hubiera un momento de carcajadas. Se que suena muy idílico pero creedme: era así. Es cierto que para mí, que llevaba tres años sin vivir dentro de un ambiente de oficina era muy llamativo, pero me atrevería a decir que todos los que estábamos allí disfrutamos esa primera etapa.
No quiero decir con ello que no hubiera momentos de estrés y de días malos pero suponían un porcentaje tan bajo que se pasaban por alto sabiendo que al día siguiente estaríamos todos de nuevo riendo y disfrutando de lo que hacíamos.
En resumen, era lo que en inglés se conoce como a place to be.
En lo que a mí respecta aprendí a trabajar con un equipo, a afrontar retos que ya no sólo dependían de mí y a compartir los momentos buenos y malos que había en el día a día. El único “pero” era la hora y pico que separaba mi casa de la oficina pero lo contrarresté a base de libros y bicicleta. En resumen fue un año espectacular y que me sirvió para reforzar este pensamiento:
Trabaja allí donde estés a gusto, te valoren y crezcas a la vez que ayudas a hacerlo
Esta es la mayor enseñanza que me llevo y el punto positivo de trabajar en una empresa: si hay un equipo bien formado el crecimiento tanto individual como a nivel de conjunto se multiplica de una forma que es inigualable haciéndolo sólo. Ahora bien… creo que llegar a eso y mantenerlo es complicado.
Segundo año
Sin embargo, toda esa dinámica positiva generada durante el primer año desapareció en el segundo. El equipo fue poco a poco obligado a disolverse, se perdió el horizonte hacia el que tan claramente nos dirigíamos el primer año y la incertidumbre de no saber qué sucedería al día siguiente se adueñó de cada uno de los que allí trabajábamos.
Los motivos de ese deterioro fueron variados y no es el lugar para hablar de ellos pero sí de las conclusiones que extraje y que quiero compartir con vosotros.
- El trabajador está muy desprotegido ante determinadas situaciones. Concretamente yo tuve que renunciar al puesto tras llegar a una situación insostenible lo cual supone irte con una mano delante y otra detrás, es decir, sin indemnización y sin paro. Esto en mi sector no es tan grave pero en otras situaciones hace plantearse hasta qué punto compensa perder la libertad de poder marcharte de una empresa con el respaldo de poder vivir un tiempo gracias a lo cotizado durante los años que has trabajado. Por supuesto ir a juicio es una opción que no siempre sale bien ni compensa.
- Ojo con poner todos los huevos en la misma cesta. Es decir, ser empleado es como ser freelance para una sola empresa, por lo que quedas expuesto a cómo vaya esa empresa y las decisiones que tomen los directivos. Si todo va bien no hay problema, pero en el momento en que comienzan las decisiones extrañas tu futuro se puede ver comprometido de diversas maneras. Por tanto, es cierto que la incertidumbre se reduce al tener asegurado el sueldo del mes que viene, pero… ¿y en el medio plazo?
- Las empresas no son tus amigas. (tú tampoco tienes que serlo de ellas). Sin extenderme mucho en este punto, en temas de negocios y de dinero no hay amistades. Hay tratos y relaciones provechosas para ambas partes que se cierran en un clima de confianza y de respeto en ambos sentidos pero llegado el momento al final se tiende a barrer para casa. Por esta razón no soy partidario de gamificar el trabajo y convertirlo en un ámbito más de la vida personal, sino de separarlo siempre que se pueda. En las horas de trabajo, responsabilidad y rendimiento al máximo. A cambio, respeto y valoración. Si no, la ecuación es fácil que falle.
- La importancia de un líder. Seguramente este sea el punto más conflictivo de todo el artículo dado que vivimos en los tiempos de la horizontalidad y de la necesidad de que todo sea consensuado. Pero tras mi experiencia creo que hay momentos en los que lo que se necesita es un líder, alguien capaz de mantener la dirección de la empresa, de tomar decisiones complicadas cuando llega el momento y de asumir la responsabilidad sin evadirse de ella. Alguien en quien confiar porque bajo su criterio el equipo funcionará más seguro y rápido y todos sus miembros se sentirán importantes.
- Deberes y derechos. Esto es algo que siempre he tenido interiorizado pero que al trabajar en una empresa se hace muy importante recordad. En la relación empresa-empleado existen una serie de deberes (rendir al nivel que se espera de ti, ser responsable con tu trabajo, aportar valor…) y de derechos (no sufrir demoras en los pagos, no ser molestado fuera del horario labora, no generar incertidumbre…) que es necesario mantener y equilibrar para que la relación funcione. Por ambas partes.
Fin de etapa y vuelta a ser freelance
El 3 de octubre de 2018 dije fin a mi etapa en la empresa en la que estuve prácticamente dos años y volví a establecerme como freelance. De esta nueva situación y de las diferencias que he notado os hablaré en el siguiente artículo.
Espero que este os haya resultado interesante y, si os apetece, me dejéis vuestras opiniones sobre lo que os ha parecido.
¡Hasta el siguiente!
¿Quieres recibir más artículos como este?
Si te ha gustado este artículo te animo a que te suscribas a la newsletter que envío cada domingo con publicaciones similares a esta y más contenido recomendado: 👇👇👇